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El instante presente
Si quieres protagonizar una experiencia sobrenatural —regenerar tu propio
cuerpo, crear insólitas oportunidades que nunca antes habías imaginado y
vivir experiencias místicas y trascendentes— tendrás que empezar por
familiarizarte con la idea del «instante presente»: el eterno ahora. Se oye
hablar mucho últimamente de la «presencia» y del «aquí y ahora». Si bien casi
todo el mundo entiende a grandes rasgos lo que significan estos conceptos
(no pensar en el futuro ni vivir en el pasado), me propongo ofrecerte un
enfoque completamente distinto. Requiere que trasciendas el mundo físico —
incluido tu cuerpo, tu identidad y tu entorno— e incluso el tiempo mismo. Es
allí, al otro lado, donde la posibilidad se torna realidad.
Al fin y al cabo, si no te proyectas más allá de tu propia personalidad tal
como la concibes y de los mecanismos del mundo tal como te han
condicionado a imaginarlos, no podrás crear una vida inédita ni un nuevo
destino. De modo que, en un sentido muy real, debes renunciar a tu
mentalidad, trascender esa imagen de ti mismo que te presta identidad y
ceder las riendas a algo más grande, a algo místico. En este capítulo te
explicaré cómo hacerlo.
En primer lugar, vamos a repasar cómo funciona el cerebro. Cada vez que
un tejido neurológico se activa en el cerebro o en el cuerpo se crea mente. En
consecuencia, desde una perspectiva científica, la mente es el cerebro en
funcionamiento. Por ejemplo, usas una mente específica para conducir un
coche. Utilizas otra mente para ducharte. Y otra distinta para cantar o
escuchar música. Empleas un aspecto determinado de la mente para ejecutar
cada una de estas funciones complejas porque seguramente las has llevado a
cabo cientos de veces, de modo que tu cerebro recurre a una zona muy
específica cada vez que las realizas.
Cuando conduces, por ejemplo, recurres de hecho a una secuencia, un
patrón y una combinación específicos de redes neuronales. Esas redes no son
sino grupos de neuronas que trabajan en comunidad —igual que un
programa automático de software o una macro— porque has ejecutado esa
misma acción en numerosas ocasiones anteriores. En otras palabras, los
recorridos neuronales que se encargan de llevar a cabo la tarea se definen y
especializan aún más.4 Podría decirse que, cuando escoges conscientemente
ejecutar la tarea de conducir un vehículo, indicas a ciertas neuronas de tu
cerebro que se activen para crear cierto nivel mental.
En su mayor parte, el cerebro es un producto del pasado. Está diseñado y
moldeado para convertirse en un documento viviente de todo lo que has
aprendido y experimentado hasta este momento de tu vida. El aprendizaje,
desde un punto de vista científico, se produce cuando las neuronas del
cerebro se organizan en miles de conexiones sinápticas, y esas conexiones se
disponen a su vez en redes neurológicas complejas y tridimensionales.
Considera el aprendizaje como una actualización de tu cerebro. Cuando
prestas atención al conocimiento o a la información y le asignas significado,
esta interacción con el entorno deja improntas biológicas en tu cerebro.
Cuando experimentas algo nuevo, tus sentidos escriben neurológicamente el
relato en tu cerebro y todavía más neuronas se reúnen para crear conexiones
aún más ricas, lo que enriquece tu cerebro aún más.
Las experiencias no sólo desarrollan los circuitos cerebrales, sino que
también suscitan emociones. Considera las emociones como el vestigio
químico de experiencias pasadas; o como una reacción química. Cuanto más
alto es el cociente emocional de un acontecimiento acaecido en tu vida, más
profunda es la impronta que deja esa experiencia en tu cerebro; así se forma la
memoria a largo plazo. Así pues, si aprender significa crear nuevas
conexiones en el cerebro, los recuerdos surgen de mantener esas conexiones.
Cuantas más veces repites un pensamiento, una decisión, una conducta, una
experiencia o una emoción, más neuronas se activan y se conectan y más
tiempo prolongarán sus relaciones a largo plazo.
En la historia de Anna relatada en el capítulo anterior, has aprendido que
casi todas tus experiencias proceden de interacciones con el ambiente
externo. Como los sentidos te conectan con el exterior y registran
neurológicamente el relato en tu cerebro, cuando experimentas un
acontecimiento de gran carga emocional —tanto positiva como negativa—
ese momento queda grabado neurológicamente en tu cerebro en forma de
recuerdo. De ahí que, si una experiencia transforma químicamente tu estado
habitual y dirige tu atención a eso que ha provocado el cambio, asocies una
persona u objeto específicos con el lugar y el tiempo que ocupa tu cuerpo en
ese momento determinado. Así pues, los recuerdos se generan a partir de la
interacción con el mundo exterior. Cabe concluir, pues, que el único lugar en
el que existe el pasado realmente es en el cerebro… y en el cuerpo.
Cómo el pasado se convierte en futuro
Vamos a observar más detenidamente lo que sucede bioquímicamente en el
cuerpo cuando generas un pensamiento y sientes una emoción. En el instante
en que piensas (o recuerdas) algo, se origina una reacción bioquímica en tu
cerebro que lo lleva a liberar ciertas señales químicas. De ese modo, los
pensamientos, que son inmateriales, devienen materia; se convierten en
mensajeros químicos. Esas señales químicas se reflejan en tu cuerpo en forma
de sensaciones. Y cuando percibes que te estás sintiendo de un modo
determinado generas más pensamientos que a su vez expresan esas
sensaciones, lo que induce a tu cerebro a liberar otra vez compuestos
químicos que te producen sentimientos acordes con los pensamientos.
Por ejemplo, si piensas en algo que te asusta, empiezas a experimentar
temor. En el instante en que sientes miedo, la misma emoción te lleva a
albergar más pensamientos oscuros, y esos pensamientos desencadenan la
liberación de compuestos químicos en el cerebro y en el cuerpo que te asustan
más y más. Antes de que te des cuenta, estás inmerso en un círculo vicioso en
el que tu pensamiento crea sentimiento y tu sentimiento genera pensamiento.
Si los pensamientos son el lenguaje del cerebro y las emociones son el
lenguaje del cuerpo, y si el ciclo formado por pensamiento y sentimiento se
convierte en el estado de tu ser, entonces tu forma de ser pertenece al pasado.
Cuando activas y conectas los mismos circuitos neuronales una y otra vez
porque acudes a los mismos pensamientos, estás programando tu cerebro
para que reproduzca siempre idénticos patrones. Al final tu cerebro se
convierte en una reliquia hecha de antiguos pensamientos y, con el tiempo, se
acostumbra a pensar de manera automática en todas las ocasiones. Al mismo
tiempo, si experimentas las mismas emociones una y otra vez —por cuanto,
como decía antes, las emociones son el vocabulario del cuerpo y el vestigio
químico de experiencias pasadas— estás condicionando a tu cuerpo a vivir en
el pasado.
Examinemos ahora lo que implican esos procesos en tu vida diaria. Habida
cuenta de que, como acabas de aprender, los sentimientos y las emociones
son los vestigios químicos de experiencias pasadas, en cuanto te despiertas
por la mañana y buscas esa sensación tan familiar llamada tú, comienzas a
vivir en el pasado. Así pues, en el instante en que te pones a rumiar en tus
problemas, éstos —conectados a recuerdos de experiencias pasadas que
involucran a ciertas personas u objetos en determinados tiempos y espacios—
recrean antiguos sentimientos de infelicidad, futilidad, tristeza, dolor, pena,
ansiedad, preocupación, frustración, baja autoestima y sensación de culpa. Si
esas emociones controlan tus pensamientos y no eres capaz de trascenderlas,
en ese caso también estás conjugando tus pensamientos en pasado. Y si esas
antiguas emociones influyen en las decisiones que tomas a lo largo del día, las
conductas que exhibes o las experiencias que vas a crear, el resultado es
predecible: tu vida seguirá siendo la misma.
Pongamos por caso que, en cuanto despiertas, apagas la alarma del reloj y,
tumbado en la cama, echas un vistazo a Facebook, Instagram, WhatsApp,
Twitter, mensajes de texto, correos electrónicos y noticias. (Ahora sí que
recuerdas de verdad quién eres, por cuanto has reafirmado tu personalidad y
has conectado tu presente-pasado a tu realidad personal.) Vas al cuarto de
baño. Usas el retrete, te lavas los dientes, te duchas, te vistes y te diriges a la
cocina. Tomas un café y desayunas. Puede que mires las noticias y
compruebes tu correo electrónico nuevamente. Es tu rutina diaria.
A continuación te encaminas al trabajo por la ruta de siempre y cuando
llegas allí te relacionas con los mismos colegas del día anterior. Dedicas el día
a llevar a cabo más o menos las mismas tareas que ayer. Al salir del trabajo,
regresas a casa. Es posible que pases un momento por el supermercado para
comprar los alimentos de siempre que tanto te gusta comer. Preparas la cena
de costumbre y miras el mismo programa de televisión a la misma hora
sentado en el mismo sofá del salón. Luego te preparas para acostarte tal como
haces cada noche: te lavas los dientes (con la mano derecha, empezando por
los dientes superiores), te acurrucas en el mismo lado de la cama, lees un poco
tal vez y te duermes.
Si repites esas mismas rutinas una y otra vez, se convertirán en un hábito.
Un hábito es una serie redundante de pensamientos, conductas y emociones
inconscientes que se adquiere a base de repetición. Básicamente, implica que
tu cuerpo ha puesto el piloto automático y se limita a repetir una serie de
programas preestablecidos. Con el tiempo, el cuerpo remplaza la mente. Has
repetido una misma rutina tantas veces que el cuerpo, de manera automática,
sabe hacer ciertas cosas mejor que el cerebro o la mente consciente.
Sencillamente, conectas el piloto automático y entras en modo inconsciente,
lo que significa que te despertarás al día siguiente y volverás a hacer más o
menos lo mismo. En un sentido muy real, tu cuerpo te arrastra al mismo
mañana predecible, basado en lo que has hecho a diario en el pasado.
Generarás los mismos pensamientos, y luego tomarás las mismas decisiones
que te empujarán a conductas idénticas y crearán experiencias recurrentes
que, a su vez, producirán las mismas emociones. Con el paso del tiempo, esa
rutina deviene un conjunto de redes neurológicas programadas en el cerebro
que condicionan emocionalmente a tu cuerpo a vivir en un tiempo que quedó
atrás; y ese pasado se convierte en tu mañana.
Si confeccionaras el cronograma de un día determinado, desde el momento
de despertar hasta el instante de meterte en la cama, podrías colocar el
esquema de ayer o de hoy (tu pasado) sobre el espacio reservado para mañana
(tu futuro) y coincidirían a la perfección, porque en esencia las acciones que
has llevado a cabo hoy van a ser las mismas que emprendas mañana… y
pasado mañana, y al otro, y al otro. Afrontémoslo: si sigues la misma rutina
que ayer, no es arriesgado decir que tu futuro se parecerá mucho a ese ayer.
Tu porvenir no es más que una repetición de tu historia. Por eso el ayer está
siempre creando el mañana.
Echa un vistazo a la figura 2.1. Cada una de las líneas verticales representan
el mismo pensamiento que conduce a la misma decisión, que a su vez
desencadena una conducta automática y crea una experiencia conocida que,
de nuevo, da lugar a un antiguo sentimiento o emoción. Si sigues
reproduciendo la misma secuencia, todos esos pasos individuales se funden
con el tiempo en un mismo programa automático. Y al hacerlo estás cediendo
tu libre albedrío a un programa. La flecha representa una experiencia sorpresa
que acaece en algún momento del viaje de casa al trabajo, sabiendo que
llegarás tarde otra vez, e intentas pasar por la tintorería de camino al
despacho.
Podríamos decir que tu mente y tu cuerpo se encuentran en territorio
conocido —el mismo futuro predecible basado en las experiencias del pasado
—, y en ese mañana predecible y seguro no hay espacio para lo imprevisible.
De hecho, si sucediera algo insólito, si un acontecimiento inesperado
irrumpiera en tu vida en ese instante para cambiar la cronología prevista, es
muy probable que el cambio de rutina te pusiera de mal humor. Seguramente
lo considerarías un total y absoluto fastidio. Le dirías tal vez: «¿Podrías volver
mañana? Hoy no me viene bien.»
Los hábitos son series redundantes de pensamientos, conductas y emociones inconscientes y
automáticos que se instalan a través de la repetición. Aparecen cuando repites algo tantas veces que
acabas por programar el cuerpo para sustituir a la mente. Con el tiempo, el cuerpo te arrastra a un futuro
previsible basado en las experiencias del pasado. En consecuencia, si no vives en el momento presente,
es probable que estés instalado en el programa.
De hecho, en una vida previsible no cabe lo desconocido. Sin embargo, lo
desconocido es cualquier cosa menos predecible. Pertenece a un terreno
incierto, inseguro…, pero también es emocionante porque sucede cuando
menos lo esperas, de un modo que no puedes prever ni controlar. Así pues,
permite que te haga una pregunta: ¿cuánto espacio hay en tu vida previsible y
rutinaria para lo desconocido?
Si te instalas en lo que ya conoces —aferrado a la misma secuencia día tras
día que te lleva a generar los mismos pensamientos, a hacer idénticas
elecciones, a repetir los mismos hábitos programados, a recrear experiencias
muy parecidas que activan las mismas redes de neuronas organizadas en
patrones iguales para reafirmar ese tranquilizador sentimiento llamado tú—
estás recreando el mismo nivel mental una y otra vez. Con el tiempo, tu
cerebro queda programado para ejecutar automáticamente esas mismas
secuencias, de manera más fluida y veloz en cada ocasión.
A medida que esos pasos aislados se funden en un solo gesto, generar un
pensamiento conocido a partir de una experiencia (persona u objeto) en un
espacio y un tiempo determinados te llevará a crear automáticamente la
sensación de la experiencia. Si eres capaz de adivinar la sensación que te va a
producir determinada experiencia, sigues en terreno conocido. Por ejemplo,
la idea de reunirte con el mismo equipo de gente con el que llevas años
trabajando te inducirá automáticamente a evocar la emoción que vas a sentir.
Cuando eres capaz de predecir lo que vas a sentir en el futuro —porque has
pasado tantas veces por la experiencia como para saberlo—, seguramente vas
a crear más de lo mismo. Y, qué duda cabe, es probable que tus predicciones
sean acertadas. Pero sucederá porque tú sigues siendo la misma persona. Y
eso significa que estás instalado en el programa automático, y en caso de que
no seas capaz de presagiar el sentimiento que te producirá una vivencia es
muy probable que tiendas a evitarla.
Hay otro aspecto del pensamiento y el sentimiento que debemos considerar
para obtener la imagen completa de lo que sucede cuando vives instalado en
un estado del ser. El círculo vicioso que forman pensamiento y sentimiento
genera también un campo electromagnético mensurable que rodea el cuerpo
físico. De hecho, el cuerpo humano emite constantemente luz, energía o
frecuencias que transportan un mensaje, una información o una intención
específicos. (Por cierto, cuando hablo de «luz» no me refiero únicamente a la
luz que vemos, sino a todos los espectros, incluidos rayos X, ondas de
teléfonos móviles y microondas.) De igual modo, recibimos continuamente
información vital que nos llega a través de distintas frecuencias. Así que
estamos siempre enviando y recibiendo energía electromagnética.
Te explicaré cómo funciona. Cuando generamos un pensamiento, las redes
neuronales, al activarse, crean cargas eléctricas en el cerebro. Y cuando esos
pensamientos provocan a su vez reacciones químicas que dan lugar a
sentimientos o emociones, al igual que cuando antiguos sentimientos o
emociones dirigen nuestros pensamientos, esos sentimientos crean cargas
magnéticas. Se funden con los pensamientos que generaron cargas eléctricas
para producir un campo electromagnético específico equivalente a tu estado
del ser.5
Considera las emociones energía en movimiento. Cuando alguien inmerso
en una fuerte emoción entra en una habitación, su energía (al margen de su
lenguaje corporal) a menudo resulta palpable. Todos hemos percibido la
energía y la intención de otra persona cuando está muy enfadada o muy
frustrada. La notamos porque emite una fuerte señal energética que
transporta información. Lo mismo sucede con las personas intensamente
sexuales, con los que sufren o con aquellos que irradian una energía tranquila
y amorosa: todas esas formas de energía se pueden sentir y percibir. Como
puedes suponer, las distintas emociones vibran en frecuencias distintas. Las
frecuencias de emociones creativas y elevadas como el amor, la dicha y la
gratitud son mucho más altas que las de emociones relacionadas con el estrés,
como el miedo y la rabia, porque transportan distintos niveles de intención
consciente y energía. (Ver la figura 2.2, que detalla algunas de las frecuencias
asociadas a diversos estados emocionales.) Podrás leer más en relación con
este concepto más adelante.
Las emociones son energía en movimiento. Toda energía es una frecuencia, y toda frecuencia transporta
información. En función de nuestros pensamientos y sentimientos, siempre estamos enviando y
recibiendo información.
Así pues, si recreamos el pasado día tras día, generando iguales
pensamientos y experimentando las mismas emociones, emitimos el mismo
campo electromagnético una y otra vez: enviamos la misma energía con
idéntico mensaje. Desde una perspectiva centrada en la energía y en la
información, eso significa que la energía del pasado transporta
constantemente el mismo tipo de información, lo que no deja espacio para el
cambio en el futuro. Nuestra energía, pues, equivale a nuestro pasado. Si
queremos transformar la vida, tenemos que cambiar la energía; modificar el
campo electromagnético que emitimos sin cesar. En otras palabras, para
cambiar el estado del ser debemos transformar nuestra forma de pensar y de
sentir.
Si la energía fluye allí donde enfocas la atención, en el instante en que prestas atención a los
sentimientos y los recuerdos de siempre estás insuflando energía al pasado y restándola al momento
presente. Del mismo modo, si pones la atención constantemente en las personas que vas a ver, los
lugares que debes visitar y las cosas que tienes por hacer en ciertos momentos de tu realidad conocida,
estás restando energía al momento presente para insuflársela al mañana predecible.
Si la energía se concentra allí donde enfocas la atención (un concepto clave
que desarrollaré más adelante), entonces, en el instante en que depositas tu
atención en una emoción con la que estás familiarizado, tu atención y tu
energía viajan al pasado. Si esas emociones primitivas se encuentran
conectadas con algún suceso antiguo que involucra a una persona u objeto en
un tiempo y espacio determinados, tu atención y tu energía están en el pasado
también. En ese caso, estás restando energía al momento presente para
insuflársela al pasado. Del mismo modo, si empiezas a pensar en tus
compromisos, en las tareas pendientes y en los lugares a los que debes acudir
en ciertos momentos de tu rutina diaria, estás invirtiendo tu atención y tu
energía en un futuro predecible. Echa un vistazo a la figura 2.3, que ilustra
este punto.
En ambos casos, toda tu energía se encuentra plenamente incorporada a las
experiencias conocidas de esa cronología determinada. Tu energía crea más
de lo mismo, y tu cuerpo seguirá a tu mente a los mismos acontecimientos de
una realidad idéntica. Tu energía abandona el momento presente para acudir
al pasado y al futuro. En consecuencia, te resta muy poca energía para crear
una experiencia inesperada en una nueva línea de tiempo.
La figura 2.3 muestra también cómo la energía electromagnética que
emanas es el reflejo vibratorio de todo lo que conoces. Así pues, cuando te
levantas y piensas que tienes que hacer tus necesidades, antes de darte cuenta
ya vas camino del baño. Luego piensas en la ducha y un instante después estás
ajustando la temperatura del agua. A continuación te viene a la mente la
imagen de la cafetera y proyectas tu atención y tu energía en el café. Según te
diriges automáticamente a preparar tu primer expreso, tu cuerpo sigue a tu
mente una vez más. Y si lo llevas haciendo los últimos 22 años, tu cuerpo te
llevará hasta allí sin que te des ni cuenta. El cuerpo siempre obedece a la
mente; pero, en este caso, lleva toda la vida siguiendo a la mente a lo
conocido. Sucede así porque es ahí donde pones tu atención y, en
consecuencia, tu energía.
Así que te haré una pregunta: ¿sería posible que tu cuerpo empezara a
seguir a la mente a lo desconocido? Porque, si consideras la posibilidad, ya
habrás deducido que tendrías que enfocar la atención en otra parte, y eso
implicaría un cambio de energía, lo que involucraría cambiar tu manera de
pensar y de sentir el tiempo suficiente como para dar cabida a algo distinto.
Tal vez te parezca increíble, pero es posible. Es lógico pensar que, igual que tu
cuerpo ha seguido a tu mente a todas las experiencias conocidas de tu vida
(como el café de las mañanas), si empiezas a depositar tu atención y tu
energía en lo desconocido, tu cuerpo será capaz de seguir a tu mente a ese
nuevo espacio: una nueva experiencia de futuro.
Cómo preparar el cuerpo y la mente
para un nuevo futuro
Si estás familiarizado con mi obra, ya sabrás que estoy enamorado del
concepto de ensayo mental. Me fascina nuestra capacidad para transformar el
cerebro, al igual que el cuerpo, a través del pensamiento. Párate a considerarlo
un momento. Si centras la atención en una imaginería concreta de tu mente e
impones tu presencia repitiendo una secuencia de pensamientos y
sentimientos, tu cerebro y tu cuerpo no notarán la diferencia entre lo que está
sucediendo en tu mundo exterior y lo que ocurre en tu mundo interior. Así
pues, si logras un compromiso y una concentración intensos, el mundo
interno de la imaginación tendrá el mismo peso que una experiencia en el
mundo externo; y tu biología se transformará en consecuencia. Eso significa
que puedes inducir a tu cerebro y a tu cuerpo a creer que una experiencia
física se ha producido sin llegar a vivirla en la realidad. Aquello en lo que
enfocas la atención y ensayas mentalmente una y otra vez no sólo se convierte
en tu realidad biológica, sino que también determina tu porvenir.
He aquí un buen ejemplo. Un equipo de investigadores de Harvard reunió a
un grupo de voluntarios que no sabían tocar el piano y lo dividieron en dos.
La mitad de los voluntarios estuvo practicando ejercicios sencillos de
digitación durante dos horas a lo largo de un periodo de cinco días. La otra
mitad hizo lo propio, pero éstos se limitaron a imaginar que estaban sentados
al piano, sin mover los dedos en absoluto. Los escáneres cerebrales efectuados
antes y después del experimento mostraron que las conexiones neuronales y
la programación neurológica en la zona del cerebro que controla el
movimiento de los dedos habían aumentado de manera espectacular en todos
los individuos, aunque la mitad de ellos tan sólo había practicado
mentalmente.6
Piénsalo. Los cerebros de los tipos que habían practicado mentalmente
reflejaban los mismos cambios que si hubieran vivido la experiencia en la
realidad…, aunque no movieron ni un dedo. Si los hubieran colocado delante
de un piano tras cinco días de práctica mental, muchos de ellos habrían sido
capaces de ejecutar el ejercicio a la perfección, a pesar de que nunca llegaron a
pulsar las teclas. Al imaginar la actividad a diario, instalaron el hardware
mental con anterioridad a la vivencia. Mediante la atención y la intención,
activaron y programaron una y otra vez las redes neuronales y, con el tiempo,
el hardware se convirtió en un programa de software automático en sus
cerebros que les facilitaría la tarea en el futuro. Así pues, si hubieran
empezado a tocar tras cinco días de práctica mental, sus conductas se habrían
alineado fácilmente con sus intenciones conscientes, porque sus cerebros
estaban preparados para la experiencia de antemano. Así de poderosa es la
mente cuando la entrenamos.
Estudios parecidos muestran el mismo tipo de resultados en relación con el
entrenamiento muscular. En un revolucionario estudio llevado a cabo en la
clínica Cleveland, diez sujetos de edades comprendidas entre los 20 y los 35
años imaginaron que flexionaban los bíceps con todas sus fuerzas durante
cinco sesiones a la semana a lo largo de doce semanas. Según pasaban los días,
los investigadores observaron la actividad eléctrica cerebral de los sujetos
durante las sesiones y midieron su fuerza muscular. Al final del estudio, la
fuerza de los sujetos se había incrementado un 13,5 por ciento, aunque no
habían usado los músculos en absoluto. La mejora se prolongó tres meses tras
la conclusión del experimento.7
Más recientemente, un equipo de investigación formado por científicos de
la Universidad de Texas, San Antonio, la clínica Cleveland y el centro de
investigación de la fundación Kessler de West Orange, Nueva Jersey, pidió a
varios sujetos que se visualizaran contrayendo los músculos flexores del codo.
Mientras lo hacían, les sugirieron que suplicaran a sus músculos que se
contrajeran con toda la fuerza y la energía posible —sumando así una
intención firme a una potente energía mental—, en sesiones de quince
minutos, cinco días a la semana, durante doce semanas. A un grupo se le
sugirió que empleara lo que se conoce como imaginería externa o en tercera
persona, es decir, que se imaginaran a sí mismos realizando el ejercicio como
si se vieran desde fuera (igual que si miraran una película). Al segundo grupo
le pidieron que emplearan imaginería interna o en primera persona, a saber,
que imaginaran el ejercicio como una experiencia subjetiva, para que fuera
más inmediata y realista. Un tercer grupo, el de control, no hizo nada. El
grupo que había empleado la imaginería externa (así como el de control) no
mostró cambios significativos, pero el que recurrió a la imaginería interna
incrementó su fuerza en un 10,8 por ciento.8
Otro grupo de investigadores de la Universidad de Ohio llegó al extremo de
escayolar el brazo a 29 voluntarios durante un mes. Se aseguraron de que no
pudieran mover la muñeca ni siquiera involuntariamente. La mitad del grupo
practicó ejercicios de imaginería mental durante once minutos al día, cinco
días a la semana, que consistían en imaginar que doblaban los músculos
inmovilizados, si bien no podían moverlos en absoluto. La otra mitad, el
grupo de control, no hizo nada. Al cabo de un mes, cuando les retiraron el
yeso, los músculos del grupo que había entrenado mentalmente doblaban en
fuerza a los del grupo de control.9
Estos tres estudios centrados en la musculatura demuestran que el
entrenamiento mental no sólo transforma el cerebro, sino que también puede
cambiar el cuerpo mediante el poder del pensamiento. En otras palabras,
ensayando mentalmente cierta conducta y repitiendo la actividad con
regularidad, los cuerpos de los sujetos mostraban los mismos cambios que si
se hubieran ejercitado físicamente; y todo ello sin mover ni un dedo. Aquellos
individuos que imaginaron que se ejercitaban con todas sus fuerzas,
añadiendo así un componente emocional a la intensidad de la imaginería
mental, aportaron aún más realidad a la experiencia y lograron resultados
más destacados.
En el estudio de los ejercicios de piano, los cerebros de los sujetos
mostraban cambios idénticos a los que habría generado una experiencia real.
Y sucedió así porque habían programado su cerebro para ese futuro.
Igualmente, los sujetos del estudio de entrenamiento muscular provocaron
transformaciones en su anatomía similares a los que habrían experimentado
si hubieran vivido esa realidad. Y lo hicieron únicamente practicando la
actividad con el pensamiento. Así pues, es fácil concluir por qué, cuando te
levantas por la mañana y empiezas a pensar en las personas que vas a ver, en
los lugares a los que debes ir y en las tareas que te aguardan a lo largo de tu
ajetreada jornada (es decir, cuando empiezas a ensayar mentalmente), y luego
le añades al proceso una emoción intensa como el sufrimiento, la infelicidad o
la frustración, condicionas a tu cerebro y a tu cuerpo a comportarse como si
todo eso ya hubiera tenido lugar, igual que los voluntarios del experimento
animaban a sus músculos a tensarse sin moverlos en absoluto. Puesto que la
experiencia modifica el cerebro y crea una emoción que se transmite al
cuerpo, cuando generas una y otra vez una experiencia mental cuya realidad
es comparable a la física, con el tiempo acabas por modificar el cerebro y el
cuerpo… igual que lo haría una experiencia real.
De hecho, cuando despiertas por la mañana y empiezas a pensar en la
jornada que tienes por delante, podríamos decir que neurológica, biológica,
química e incluso genéticamente (algo que explicaré en la sección siguiente)
la jornada ya ha concluido. Y, de hecho, así es. Una vez que das comienzo a
las actividades diarias, igual que en el experimento anteriormente descrito, tu
cuerpo va a plasmar, de manera automática y natural, tus intenciones
conscientes e inconscientes. Si llevas haciendo lo mismo años y años, esos
circuitos —como el resto de tu biología— se activan con más rapidez y
facilidad. Y sucede así no sólo porque programas tu anatomía a diario a través
de la mente, sino también porque recreas las mismas conductas físicas con el
fin de grabar esas experiencias en tu cerebro y en tu cuerpo aún más
profundamente. Y cada vez te resulta más fácil funcionar de manera
inconsciente, porque mental y físicamente refuerzas las mismas costumbres
una y otra vez: creas el hábito de recurrir a la rutina.
Cambiando la genética
Solíamos pensar que los genes provocan enfermedades y que estábamos a
merced del ADN. Así pues, si muchas personas de una misma familia
fallecían a causa de una dolencia cardiaca, dábamos por supuesto que los
demás miembros tenían muchas probabilidades de sufrir una enfermedad del
corazón. Ahora, sin embargo, gracias a la ciencia de la epigenética, sabemos
que no son los genes los que provocan la enfermedad sino el ambiente, que
activa nuestros genes en sentidos que dan lugar a esas dolencias; y no nos
referimos únicamente al ambiente externo (como el humo de los cigarrillos o
los pesticidas, por ejemplo), sino también al ambiente interno de nuestro
cuerpo: el entorno de nuestras células.
¿A qué me refiero al hablar del ambiente interno? Como decía
anteriormente, las emociones son reacciones químicas, vestigios de
experiencias que se producen en el ambiente externo. Cuando una situación
en dicho ambiente nos genera una reacción en forma de emoción, la química
interna resultante envía una señal a los genes, bien para que se activen (dando
lugar a una regulación al alza o una expresión incrementada del gen), bien
para que se desactiven (dando lugar a una regulación a la baja o produciendo
una expresión mermada del gen). El gen, en sí mismo, no cambia físicamente;
únicamente lo hace la expresión del gen, y esa expresión es fundamental por
cuanto de ella dependen nuestra salud y nuestras vidas. De ahí que, por más
que alguien sufra una predisposición genética a una enfermedad
determinada, si sus genes expresan salud de manera sostenida en lugar de esa
dolencia, la persona no desarrollará la enfermedad y seguirá sana.
Considera el cuerpo un instrumento sumamente sensible que fabrica
proteínas. Todas las células del cuerpo (excepto los glóbulos rojos) fabrican
proteínas, que son las responsables de la estructura física y de las funciones
fisiológicas. Por ejemplo, las células musculares fabrican unas proteínas
específicas, la actina y la miosina, y las células de la piel crean las proteínas del
colágeno y la elastina. Las células inmunológicas fabrican anticuerpos, las
tiroideas producen tiroxina y las células de la médula ósea son las encargadas
de fabricar hemoglobina. Algunas de las células de los ojos crean queratina,
mientras que las células pancreáticas producen enzimas como la proteasa, la
lipasa y la amilasa. No hay ni un solo órgano en todo el cuerpo que no
dependa de las proteínas o las fabrique. Constituyen una parte fundamental
del sistema inmunitario, de la digestión, de la reparación celular, de la
estructura de los músculos y los huesos…, y la lista continúa. En un sentido
muy real, la expresión de las proteínas es la expresión de la vida y equivale a la
salud del cuerpo.
Para que una célula fabrique proteínas, un gen debe expresarse. Ésa es la
función de los genes: facilitar la producción de proteínas. Cuando una señal
procedente del entorno externo de la célula llega a la membrana, un receptor
acepta la reacción química y se abre paso hasta el ADN, situado en el interior
de la misma. En ese momento, el gen crea una nueva proteína que equivale a
esa señal. Así pues, si la información que recibe la célula del exterior no
cambia, el gen sigue fabricando la misma proteína y el cuerpo continúa igual.
Con el tiempo, el gen empieza a regularse a la baja; o bien corta la expresión
sana de proteínas, o bien se deteriora, como cuando haces una copia de una
copia de una copia, lo que lleva al cuerpo a expresar una cualidad distinta de
proteínas.
Distintas clases de estímulos regulan los genes al alza o a la baja. Activamos
genes dependientes de la experiencia, por ejemplo, cuando hacemos cosas
nuevas o aprendemos nueva información. Esos genes son responsables de que
las células madre reciban instrucciones de diferenciarse y transformarse en la
clase de célula que el cuerpo necesita en cada momento para remplazar las
dañadas. Activamos genes dependientes de la conducta cuando sufrimos altos
niveles de estrés o excitación, o en estados alterados de conciencia, como
cuando soñamos. Podrías considerar esos genes el eje de la conexión mente-
cuerpo porque vinculan el pensamiento con el organismo y nos permiten
influir en la salud física mediante distintas actividades (meditación, oración o
rituales sociales, por ejemplo). Cuando alteramos los genes a través de ese
tipo de actividades, a veces en pocos minutos, esos genes alterados pueden
pasar a la siguiente generación.
Así pues, transformando tus emociones puedes modificar la expresión de
tus genes (activando unos y desactivando otros) porque estás enviando un
mensaje químico inédito a tu ADN, que a su vez indicará a los genes que
creen proteínas distintas. De ese modo, regulándose al alza o a la baja, los
genes fabrican nuevas piezas de construcción, de todas clases, que
transforman la estructura y las funciones de tu cuerpo. Por ejemplo, si tu
sistema inmunitario lleva demasiado tiempo sometido a emociones de estrés
y determinados genes están favoreciendo la inflamación y la enfermedad,
puedes activar otros genes de regeneración y reparación a la vez que
desactivas los antiguos, responsables de la enfermedad. Al mismo tiempo,
esos genes epigenéticamente alterados empezarán a seguir nuevas
instrucciones, a crear proteínas distintas y a programar el cuerpo para que se
regenere y sane. Ése es el modo de acondicionar el cuerpo a una nueva mente.
De modo que, como leías al principio de este capítulo, si experimentas las
mismas emociones un día sí y otro también, tu cuerpo cree hallarse en las
mismas condiciones ambientales. Y esos sentimientos, a su vez, te inducen a
tomar las mismas decisiones, lo que te lleva a sostener unos hábitos que crean
a su vez las mismas experiencias y dan lugar a emociones idénticas una y otra
vez. Gracias a estos hábitos automáticos y programados tus células se
encuentran constantemente expuestas a los mismos entornos químicos (en
relación con el ambiente exterior de tu cuerpo, pero también con el ambiente
exterior de las células, dentro tu cuerpo). Dichos compuestos químicos no
dejan de enviar mensajes a los mismos genes, del mismo modo…, y tú acabas
atascado porque, cuando eres el mismo, tu expresión genética no varía. Y
como no llega información inédita procedente del entorno, tu suerte genética
está echada.
Ahora bien, ¿y si las circunstancias de tu vida cambian a mejor? ¿No se
transformará también el entorno químico de tus células? Sí, es posible, pero
no siempre. Si llevas años condicionando a tu cuerpo para que reproduzca un
mismo ciclo de pensamiento y sentimiento, y viceversa, has desarrollado sin
darte cuenta una adicción a esas emociones. De modo que una mejora en el
entorno externo, como podría ser un nuevo trabajo, no necesariamente
romperá la adicción, igual que un adicto a las drogas no dejará de serlo por el
mero hecho de ganar la lotería o mudarse a Hawái. A causa del bucle
pensamiento-sentimiento que hemos descrito, antes o después —en cuanto la
experiencia pierde la novedad— la mayoría de la gente vuelve a su estado
emocional habitual, y el cuerpo cree hallarse otra vez inmerso en la misma
experiencia de siempre que creó las emociones primitivas.
Así pues, si tu antiguo trabajo te hacía desgraciado y has encontrado uno
nuevo, puede que seas feliz durante unas semanas o unos meses. Pero si llevas
años condicionando a tu cuerpo para que sea adicto a la desgracia, acabarás
volviendo al antiguo patrón, porque tu organismo ansía su dosis química. Tal
vez el entorno exterior haya cambiado, pero el cuerpo tiende a hacer más caso
de su química interna que de sus circunstancias externas, así que permanece
emocionalmente atascado en el antiguo estado del ser, incapaz de superar la
adicción a esas viejas emociones. Lo que equivale a decir que sigues viviendo
en el pasado. Y como la química interna no ha cambiado, tampoco se
transforma la expresión de los genes, ni éstos fabrican diferentes proteínas
que podrían mejorar la estructura o el funcionamiento de tu cuerpo. En
resumen, nada cambia en tu salud ni en tu vida. Por eso digo siempre que
para favorecer cambios reales y duraderos tenemos que ser capaces de
trascender nuestros sentimientos.
En verano de 2016, en uno de nuestros talleres avanzados de Tacoma,
Washington, mi equipo y yo llevamos a cabo un estudio centrado en el efecto
de las emociones elevadas en la función inmunológica. Para ello tomamos
muestras de saliva de 117 sujetos de prueba al comienzo del taller y volvimos
a tomarlas cuatro días después, a la conclusión del retiro. Medimos los niveles
de inmunoglobulina A (IgA), un marcador proteico que indica la salud del
sistema inmunitario.
La IgA es una sustancia química increíblemente poderosa, una de las
proteínas responsables de una función inmunológica sana y de las defensas
internas. Rechaza constantemente el torrente de bacterias, virus, hongos y
otros organismos que invaden el cuerpo o que habitan ya en el ambiente
interno. Es más poderosa incluso que una vacuna antigripal o que cualquier
refuerzo para el sistema inmunitario que puedas tomar. Cuando se activa,
constituye la principal defensa del cuerpo humano. Si aumentan los niveles de
estrés (y, en consecuencia, los niveles de hormonas del estrés, como el
cortisol), los de IgA descienden, lo que pone en peligro y regula a la baja la
expresión del gen que fabrica esta proteína.
Durante el taller de cuatro días, pedimos a los sujetos del experimento que
buscaran un estado emocional elevado mediante sentimientos de amor,
alegría, inspiración o gratitud durante nueve o diez minutos tres veces al día.
Si elevamos nuestras emociones, nos preguntamos, ¿mejorará nuestro sistema
inmunitario? En otras palabras, ¿podrían nuestros estudiantes regular al alza
los genes responsables de la IgA transformando su estado emocional?
Los resultados nos sorprendieron. Los niveles medios de IgA aumentaron
un 49,5 por ciento. Los parámetros normales de IgA oscilan entre 37 y 87
miligramos por decilitro (mg/dL), pero al final del taller algunas personas
mostraban niveles de más de 100 mg/dL.10 Nuestros sujetos de prueba
mostraban cambios epigenéticos significativos y constatables sin que
hubieran variado las condiciones externas. Al abrigar emociones elevadas
durante unos pocos días, sus cuerpos empezaron a creer que se encontraban
en un nuevo entorno y fueron capaces de activar otros genes y de cambiar su
expresión genética (en este caso, la expresión proteica del sistema
inmunitario). (Ver figura 2.4.)
Todo ello implica que, en el mejor de los casos, no necesitas medicamentos
ni sustancias exógenas para curarte; albergas en tu interior el poder necesario
para regular al alza los genes que fabrican IgA en pocos días. Algo tan sencillo
como entrar en un estado superior de alegría, amor, inspiración o gratitud
durante un periodo de entre cinco y diez minutos diarios puede provocar
cambios epigenéticos significativos en tu salud y en tu cuerpo.
Si sostenemos emociones superiores y transformamos la energía, podemos literalmente regular al alza
nuevos genes que fabrican proteínas sanas para fortalecer nuestras defensas internas. Según reducimos
las emociones de supervivencia y minimizamos la necesidad del sistema de protección externo,
regulamos a la baja los genes responsables de la producción de hormonas del estrés. (En la figura, SIgA
se refiere a la inmunoglobulina A salival; cortisol se refiere a las hormonas del estrés. Ambas se midieron
en la saliva.)
Allí donde posas la atención, fluye la energía
Por cuanto la energía acude allí donde enfocas la atención, cuando despiertas
por la mañana y al momento empiezas a depositar atención y energía en las
personas que tendrás que ver ese día, los lugares a los que debes ir, tus
posesiones y las tareas que tienes pendientes en este mundo tridimensional,
tu energía se fragmenta. Tal como muestra la figura 2.5, toda tu energía
creativa se concentra en las cosas del mundo exterior que compiten por tu
atención: el móvil, el portátil, la cuenta bancaria, la casa, el trabajo, los
colegas, tu pareja, tus hijos, tus enemigos, tus mascotas, tus problemas de
salud y tantas cosas más. Echa un vistazo a la figura 2.5. Es evidente que la
mayor parte de la atención y la energía de las personas se centra en el mundo
material del exterior. Este hecho suscita una pregunta: ¿cuánta energía resta
en tu mundo interior de pensamientos y sentimientos para crear una nueva
realidad?
Cada persona, objeto, cosa, lugar o situación de nuestra realidad física cotidiana posee su propia red
neurológica en el cerebro y un componente emocional vinculado, por cuanto forman parte de nuestra
experiencia pasada. En ese proceso, nuestra energía queda enlazada a la realidad pasada-presente.
De ahí que, si depositas la atención en todos esos elementos, la energía fluirá al exterior y apenas si
contarás con energía en el mundo interior de pensamientos y sentimientos para crear algo novedoso en
tu vida.
Mira las partes destacadas de la figura en las que dos óvalos crean una intersección. Representan cómo
usamos distintos elementos de nuestro mundo exterior para reafirmar nuestra adicción emocional.
Puede que recurras a tus amigos para reafirmar tu adicción al sufrimiento, o a tus enemigos para
reafirmar tu adicción al odio. La figura plantea una pregunta: ¿por qué no usar toda esa energía
creativa para crear un nuevo destino?
Considera un momento el hecho de que cada una de esas personas y cosas a
las que prestas tanta atención son importantes en tu vida porque ya forman
parte de tu experiencia. Como mencionaba antes, tu cerebro ha creado una
red neurológica para cada uno de esos objetos. Puesto que están inscritas en
tu cerebro, las percibes y las experimentas desde el pasado. Y cuanto más
reproduces las experiencias, más automáticos y ricos se tornan los circuitos
neuronales relacionados con ellos, por cuanto la redundancia fija y define los
circuitos. Para eso sirve la experiencia: para enriquecer el cerebro. Así pues,
cuentas con una red neuronal relacionada con tu jefe, una red neuronal para
el dinero, una red neuronal para tu pareja, una red neuronal para tus hijos,
una red neuronal para tu situación financiera, una red neuronal para tu casa,
y redes neuronales para todas tus posesiones del mundo físico, porque has
compartido experiencias con todas esas personas y cosas en distintos
momentos y lugares.
Cuando divides la atención y, en consecuencia, la energía entre todos esos
objetos, personas, problemas y temas del mundo exterior, no te queda energía
para tu mundo interior de pensamientos y sentimientos. Así pues, no
dispones de energía para la novedad. ¿Por qué? Porque lo que piensas y cómo
te sientes crea, literalmente, tu realidad personal. De ahí que, si tus
pensamientos y sentimientos están prefigurados por lo que ya conoces (lo
conocido), seguirás creando la misma vida una y otra vez. De hecho,
podríamos decir que tu personalidad ya no define tu realidad personal, sino
que tu realidad personal define tu personalidad. El ambiente externo controla
tus pensamientos y sentimientos. Y tu mundo interior de pensamientos y
sentimientos es un calco biológico de tu realidad pasada-presente exterior,
conformada por personas y objetos en determinados tiempos y lugares.
Reproduces la misma vida constantemente porque llevas tu atención
(pensamientos) y tu energía (sentimientos) al mismo sitio una y otra vez.
Además, si aquello que piensas y sientes emite una marca electromagnética
que influye en todos los ámbitos de tu vida, estás proyectando siempre la
misma energía electromagnética, por lo que tu vida nunca cambia. Podríamos
decir que tu energía equivale a todo lo que conforma tu realidad presente-
pasada; y estás recreando el pasado. Pero hay más. Cuando depositas toda la
atención y energía en el mundo exterior y reproduces las mismas condiciones
del mismo modo —en modo de estrés crónico, que suscita en el cerebro un
estado de excitación constante—, tu mundo interior se desequilibra y tu
cerebro empieza a experimentar dificultades para funcionar de manera eficaz.
Y entonces ya no eres capaz de crear nada. En resumen, te conviertes en una
víctima de tu vida en lugar de ser el creador.
Vivir bajo el efecto de las hormonas del estrés
Examinemos ahora en más detalle cómo acabamos siendo adictos a las
emociones negativas; o, más exactamente, a lo que llamamos «hormonas del
estrés». En el instante en que reaccionamos a una circunstancia del mundo
exterior que nos parece amenazadora, tanto si la amenaza es real como
imaginaria, nuestro cuerpo libera hormonas del estrés para movilizar
enormes cantidades de energía que nos permitan hacer frente a dicha
amenaza. En esos casos, el organismo se desequilibra; eso, precisamente, es el
estrés. Se trata de una reacción sana y natural, porque en el pasado
liberábamos un cóctel químico de adrenalina, cortisol y otras hormonas
parecidas cuando nos topábamos con un peligro del mundo exterior. Tal vez
nos persiguiera un depredador, por ejemplo, y tuviéramos que decidir a toda
prisa si luchar, huir o escondernos.
Cuando entramos en modo de supervivencia, automáticamente nos
convertimos en seres materialistas, que definen la realidad a partir de los
sentidos; a partir de lo que vemos, oímos, olemos, palpamos y saboreamos.
También nos concentramos al máximo en la materia; en nuestros cuerpos
ubicados en un espacio y un tiempo determinados. Las hormonas del estrés
nos inducen a enfocar toda la atención en el mundo exterior, porque ahí
acecha el peligro. En tiempos prehistóricos, por supuesto, esta reacción
suponía una ventaja. Era una respuesta adaptativa. Nos ayudaba a seguir con
vida. Y una vez sorteado el peligro, cuando éste había pasado, los niveles de
hormonas del estrés volvían a la normalidad.
En los tiempos modernos, en cambio, las circunstancias son muy distintas.
Tras una llamada o un email del jefe o de un miembro de la familia que nos
suscita una fuerte reacción emocional, como rabia, frustración, miedo,
ansiedad, tristeza, sentimiento de culpa, sufrimiento o vergüenza, los
primitivos mecanismos de huida o lucha se activan y reaccionamos igual que
si nos persiguiera un depredador. Y esas reacciones químicas se prolongan en
el tiempo de manera automática, porque la amenaza externa no desaparece.
La verdad es que muchos de nosotros pasamos buena parte del tiempo en un
estado de excitación constante. Sufrimos estrés crónico, como si el
depredador, en lugar de vivir en la selva y enseñar los dientes de vez en
cuando, viviera en la misma cueva que nosotros: un compañero de trabajo
tóxico cuyo escritorio se encuentra junto al nuestro, por ejemplo.
Esa situación de estrés crónico no es adaptativa, sino de inadaptación.
Cuando vivimos en modo de supervivencia y las hormonas del estrés como la
adrenalina y el cortisol fluyen constantemente por nuestro cuerpo,
permanecemos en estado de alerta en lugar de volver a la normalidad. Tal
como demuestra la experiencia de Anna, relatada en el primer capítulo,
cuando el desequilibrio se prolonga en el tiempo hay muchas probabilidades
de que acabemos enfermos, porque el estrés a largo plazo regula a la baja la
expresión sana de los genes. De hecho, nuestros cuerpos se acostumbran a la
descarga química hasta tal punto de que se vuelven adictos a ella. El
organismo la ansía.
Cuando nos hallamos en ese estado, el cerebro entra en alerta máxima
según intentamos predecir, controlar y provocar resultados con la intención
de incrementar nuestras posibilidades de supervivencia. Y cuanto más lo
hacemos, más fuerte se torna la adicción y más nos identificamos con un
cuerpo conectado a la identidad y el entorno, presos de un tiempo lineal.
Sucede así porque consumimos toda la atención en ese proceso.
Cuando tu cerebro está sobreexcitado y vives en modo de supervivencia,
desplazando tu atención al trabajo, las noticias, tu ex, tus amigos, los emails,
Facebook y Twitter, activas cada una de esas redes neurológicas con gran
rapidez (revisar figura 2.5). Si la situación se prolonga mucho tiempo, el gesto
de estrechar el foco y desplazar la atención con frecuencia acaba por
compartimentar el cerebro, que ya no funciona de manera equilibrada. Y
cuando eso sucede, acostumbras al cerebro a activarse a partir de una pauta
desordenada e incoherente, lo que le resta eficacia. Igual que un relámpago
entre las nubes, las distintas redes neuronales se activan al tuntún, de modo
que el cerebro trabaja de manera no sincronizada. El efecto sería parecido a
un grupo de tamborileros que hicieran repiquetear sus tambores a la vez pero
sin ritmo ni concierto. Hablaremos largo y tendido sobre los conceptos de
coherencia e incoherencia más adelante, pero, de momento, baste decir que
cuando tu cerebro se torna incoherente, lo mismo te sucede a ti. Si tu cerebro
no funciona óptimamente, tú tampoco lo harás.
Cada uno de los objetos, las personas y los lugares del mundo exterior
relacionados con una experiencia relevante de tu vida está vinculado a una
emoción, porque las emociones —energía en movimiento— son vestigios
químicos de la experiencia. Y si esas hormonas del estrés tan adictivas te
acompañan la mayor parte del tiempo, podrías usar a tu jefe para reafirmar tu
adicción a enjuiciar. Podrías usar a tus colegas para reafirmar tu adicción a
competir. Podrías usar a tus amigos para reafirmar tu adicción al sufrimiento.
Podrías usar a tus enemigos para seguir enganchado al odio, a tus padres para
justificar tu dependencia del sentimiento de culpa, Facebook para seguir
instalado en la inseguridad, las noticias para reafirmar tu adicción a la ira, a tu
ex para justificar tu dependencia al resentimiento y tu relación con el dinero
para reafirmar tu adicción a la escasez.
Eso significa que tus emociones —tu energía— están entreveradas, incluso
vinculadas, con cada persona, lugar o cosa que experimentas en tu realidad
conocida. E implica también que no dispones de energía para crear un nuevo
empleo, otra relación, una situación económica más boyante, una nueva vida
o un cuerpo sano siquiera. Te lo diré de otro modo. Si lo que piensas y lo que
sientes determina la frecuencia y la información que emite tu campo de
energía, que a su vez ejerce un efecto significativo en tu vida, y si toda tu
atención (y, en consecuencia, tu energía) está vinculada al mundo exterior de
personas, objetos, cosas, lugares y tiempo, no te queda energía en el mundo
interior para los pensamientos y los sentimientos. De ahí que, cuanto más
fuerte sea tu adicción a esas emociones, más enfocarás tu atención en las
personas, los objetos, los lugares o las circunstancias de tu realidad externa. Y
en el proceso perderás casi toda tu energía creativa y experimentarás
pensamientos y sentimientos en consonancia con lo que ya conoces. Es muy
difícil pensar o sentir cosas nuevas cuando eres adicto al mundo exterior. Y es
muy fácil desarrollar una adicción hacia las personas y las cosas que son,
precisamente, el origen de los problemas. Ésas son las situaciones que nos
llevan a perder el poder y a desperdiciar la energía. Si revisas la figura 2.5,
encontrarás unos cuantos ejemplos que muestran cómo creamos lazos
energéticos con los distintos elementos de nuestra realidad externa.
Echa un vistazo a la figura 2.6. A la izquierda del diagrama verás dos
átomos unidos por un campo invisible de energía. Comparten información.
La energía los vincula. A la derecha del diagrama verás a dos personas que
comparten una experiencia de resentimiento. También están unidas por un
campo invisible de energía que las mantiene unidas. En verdad, comparten
una misma energía y también una misma información.
Para separar dos átomos se requiere energía. Igualmente, si tu atención y tu
energía están vinculadas a personas, lugares y objetos del mundo físico
exterior, es evidente que hará falta energía y esfuerzo para romper esos lazos a
través de la meditación. Este principio plantea una cuestión: ¿en qué medida
tu energía creativa se encuentra supeditada al sentimiento de culpa, el odio, el
resentimiento, la carencia o el miedo? La verdad es que podrías estar usando
toda esa energía para crear un nuevo destino.
Igual que dos átomos se unen para formar una molécula —que comparte energía e información—,
cuando dos personas experimentan las mismas emociones y energía, y proyectan los mismos
pensamientos e información, se vinculan también. En ambos casos, los dos elementos están unidos
por un campo invisible de energía que los mantiene conectados. Si hace falta energía para separar
esos átomos, también precisaremos energía y consciencia para desviar la atención de las personas y
las circunstancias en las que hemos depositado tanta energía creativa.
Para hacerlo, tendrás que dejar de prestar atención a todos esos objetos de
tu mundo exterior. Por eso usamos la meditación como paradigma de cambio
de nuestro estado interno. Eso nos permite romper las asociaciones con todos
y cada uno de los lugares, los objetos, las personas, los momentos y las
circunstancias el tiempo suficiente como para desplazar la atención hacia el
mundo interior. Una vez que hayas trascendido tu cuerpo emocional y hayas
retirado la atención de los objetos conocidos del mundo exterior, podrás
reclamar tu energía y romper los lazos con tu realidad pasada-presente (que
es siempre la misma). Para ello tendrás que efectuar la transición de ser un
cuerpo a ser un no-cuerpo, lo que implica retirar la atención del cuerpo, el
dolor y el hambre. Vas a tener que pasar de ser alguien a no ser nadie
(retirando la atención de tu identidad como pareja, padre o madre y
empleado). Tendrás que pasar de prestar atención a algo a no prestarla a nada
(olvidarte del móvil, de los emails y de prepararte una taza de café), de estar
en alguna parte a no estar en ningún sitio (trascendiendo cualquier
pensamiento sobre la silla en la que meditas o las citas que te aguardan) y de
habitar un tiempo lineal a estar en el no tiempo (sin recuerdos que te
distraigan ni pensamientos sobre el mañana).
No digo que el móvil, el portátil, el coche o la cuenta bancaria sean malos
en sí mismos, pero cuando estás demasiado apegado a esas cosas y captan tu
atención hasta tal punto que no puedes dejar de pensar en ellas (a causa de las
fuertes emociones que llevan asociadas), esas posesiones te poseen. Y en ese
caso no puedes crear nada nuevo. El único modo de hacerlo es aprender a
recuperar toda esa energía fragmentada para poder trascender las emociones
de supervivencia a las que eres adicto y que atan tu energía a la realidad
pasada-presente. Una vez que hayas retirado la atención de esas
circunstancias externas, los lazos energéticos y emocionales que te unen a
ellas se debilitarán y dispondrás por fin de la suficiente energía como para
crear un nuevo futuro. Eso va a requerir que cobres consciencia de dónde has
estado invirtiendo la atención inconscientemente e, igual que si intentáramos
separar dos átomos, dedicar cierta energía a romper conscientemente esos
lazos.
La gente me cuenta en los talleres una y otra vez que el disco duro de su
ordenador se ha echado a perder, que les han robado el coche, que han
perdido el trabajo y que no tienen dinero. Cuando me hablan de todas esas
pérdidas, ¿sabes lo que les digo? «¡Fantástico! Ahora tienes un montón de
energía disponible para diseñar un nuevo destino.» Por cierto, si haces bien
este trabajo y consigues recuperar tu energía, es probable que te sientas
incómodo al principio, incluso que cunda cierto grado de caos. Prepárate,
porque algunos aspectos de tu vida se van a hacer añicos. Pero no te
preocupes. Sucede así porque has roto los vínculos energéticos que te unían a
la antigua realidad. Todo aquello que no vibre en la misma sintonía que tu
futuro se desmoronará. Acéptalo. No intentes recomponer tu antigua vida,
porque estarás demasiado ocupado con el nuevo destino que vas a crear.
He aquí un gran ejemplo. Un amigo mío que era vicedecano de una
universidad acudió a una reunión de junta unas tres semanas después de
empezar los ejercicios de meditación. Mi amigo era la piedra angular de esa
universidad. Los alumnos y los profesores lo adoraban. Entró en la reunión,
se sentó… y lo despidieron. Así que me llamó y me dijo:
—Eh, no sé si el proceso de meditación está funcionando. La junta acaba de
despedirme. ¿No me dijiste que si hacía el trabajo me pasarían cosas
fantásticas?
—Óyeme bien —le contesté—. No te aferres a esas emociones de
supervivencia, porque regresarás al pasado. Tú sigue buscando el momento
presente y creando desde ahí.
Al cabo de dos semanas se enamoró de una mujer con la que se casó poco
después. También recibió una oferta para el cargo de vicedecano de una
universidad mayor y mejor, que aceptó agradecido.
Un año más tarde volvió a llamarme y me dijo que la facultad que lo había
despedido le pedía que volviera, ahora como decano. Así que nunca se sabe lo
que nos depara el universo cuando la vieja realidad se desmorona y la nueva
empieza a desplegarse. Lo único que te puedo asegurar es lo siguiente: lo
desconocido nunca me ha fallado.
Cómo reclamar tu energía
Si vas a desconectar del mundo exterior, tendrás que aprender a modificar tus
ondas cerebrales. Así que hablemos un poco de frecuencia de ondas
cerebrales. La mayor parte del tiempo que pasas despierto y consciente las
ondas de tu cerebro vibran en un espectro beta. Las ondas beta se dividen en
frecuencias de espectro bajo, medio y alto. Las beta de frecuencia baja
corresponden a los estados de relax, cuando no percibes amenazas del mundo
exterior pero eres consciente de tu cuerpo en el espacio y el tiempo.
Correspondería a tu actividad cerebral cuando lees, charlas tranquilamente
con tu hija o escuchas una conferencia. Las de espectro medio corresponden a
estados de mayor atención, como cuando conoces a un grupo de gente, te
presentas por primera vez y tienes que recordar el nombre de todo el mundo.
Estás más alerta, pero no te sientes estresado ni totalmente desequilibrado.
Considera las ondas beta de espectro medio como un estrés positivo. Las beta
de espectro alto aparecen cuando las hormonas del estrés atacan con fuerza.
Corresponden a cualquiera de las emociones de supervivencia, incluidas ira,
alarma, agitación, sufrimiento, pena, ansiedad, frustración e incluso
depresión. La frecuencia de las ondas beta de espectro alto es tres veces más
alta que las de espectro bajo y el doble que las de espectro medio.
Si bien tu cerebro pasa buena parte de la vigilia en frecuencia beta, también
entra en estado alfa a lo largo del día. Sucede cuando estás relajado tranquilo
o cuando te encuentras en modo creativo, e incluso intuitivo; cuando ya no
piensas ni analizas sino que imaginas o ensueñas, como si estuvieras en
trance. Si las ondas cerebrales beta indican que buena parte de tu atención
está enfocada en el mundo exterior, las ondas alfa señalan que has desplazado
el foco al mundo interior.
Las ondas cerebrales de frecuencia zeta aparecen en el duermevela, ese
estado crepuscular en el que la mente sigue despierta pero el cuerpo ya ha
desconectado. Esta frecuencia se relaciona también con los estados profundos
de meditación. Las ondas delta suelen aparecer durante el sueño profundo y
restaurador. Sin embargo, a lo largo de los últimos cuatro años, mi equipo de
investigación y yo hemos registrado varios casos de ondas delta muy
profundas durante la meditación. Los cuerpos de estos alumnos duermen
profundamente y no están soñando, pero los escáneres muestran que sus
cerebros procesan altas amplitudes de energía. La consecuencia de este
estado, según los testimonios, es una profunda experiencia mística de unidad,
durante la cual se sentían conectados con todos y con todo en el universo.
Mira la figura 2.7 para comparar los distintos tipos de ondas.
Una frecuencia de onda de tipo gamma indica lo que yo denomino un
estado de supraconsciencia. Esta energía de alta frecuencia se manifiesta
cuando el cerebro se activa a consecuencia de un acontecimiento interno
(uno de los ejemplos más claros serían los estados meditativos en los que
tienes los ojos cerrados pero entras en el interior de ti mismo) en lugar de
hacerlo por algo que ocurre fuera del cuerpo. Hablaremos más de las ondas
gamma en los capítulos siguientes.
Uno de los mayores desafíos que afrontan las personas a la hora de meditar
es el paso de un estado beta alto (e incluso medio) a otro alfa y zeta. Sin
embargo, este paso es vital, por cuanto en las frecuencias más bajas el sujeto
deja de prestar atención al mundo exterior y a las distracciones que atrapan su
mente en situaciones de estrés. Y cuando cesa de analizar y urdir estrategias,
con el fin de prepararse para el peor de los casos de un futuro basado en los
peores recuerdos del pasado, disfruta de la oportunidad de estar presente, de
existir únicamente en el ahora.
Comparación entre distintas ondas cerebrales.
¿No sería maravilloso, durante una meditación, cortar las asociaciones con
todos los elementos del entorno exterior, trascender el cuerpo, los miedos y
las obligaciones y olvidarte tanto del pasado conocido como del futuro
previsible? Si lo haces bien, incluso perderás la noción del tiempo. Según
vayas superando los pensamientos automáticos, las emociones y los hábitos
adquiridos, sin duda lo lograrás: te proyectarás más allá de tu cuerpo, de tu
entorno y del tiempo. Debilitarás los lazos energéticos que te atan a tu
realidad actual y accederás al momento presente. Sólo allí es posible reclamar
la propia energía.
Eso requiere cierto esfuerzo (aunque con la práctica se va volviendo más
sencillo) porque vives inundado de hormonas del estrés la mayor parte del
tiempo. Así que vamos a examinar lo que pasa cuando, en el transcurso de la
meditación, no logras acceder al momento presente. De ese modo sabrás
cómo afrontar el problema cuando suceda. Como comprenderás, dominar
esta habilidad es importante porque, si no eres capaz de superar el estrés, los
problemas y el dolor, no podrás crear un futuro libre de esas condiciones.
Pongamos que estás meditando y tu pensamiento empieza a divagar por su
cuenta. Estás acostumbrado a ese tipo de pensamiento porque llevas años
practicando y depositando la atención en las mismas personas y cosas
ubicadas en los mismos lugares y tiempos. Y también hace mucho que abrigas
automáticamente las mismas viejas emociones con el fin de reafirmar la
misma personalidad que está vinculada a tu realidad personal de siempre. Es
decir, llevas largo tiempo condicionando repetidamente tu cuerpo para que
viva en el pasado. La única diferencia es que ahora, como te has propuesto
meditar, tienes los ojos cerrados.
Y mientras estás ahí sin ver nada, tampoco ves a tu jefa físicamente. Pero tu
cuerpo desea experimentar la rabia que te genera, porque cada vez que la
miras en el mundo material —cincuenta veces diarias, cinco días a la semana
— sientes ira o amargura. Igualmente, cuando recibes emails firmados por
ella (lo que sucede diez veces al día) reaccionas inconscientemente del mismo
modo, así que tu cuerpo se ha acostumbrado a emplearla para reafirmar tu
adicción a la ira. Quiere sumirse en esas emociones de las que depende e,
igual que un adicto ansía la droga, el cuerpo ansía esas sustancias químicas a
las que está habituado. Quiere guardarle rencor a tu jefa porque no te ha
ascendido o juzgar a ese colega que siempre te pide favores. Y entonces
empiezas a pensar en otros colegas que también te irritan y en otras razones
que te llevan a enfadarte con tu jefa. Estás ahí sentado, intentando meditar,
pero el cuerpo te boicotea. Y sucede así porque te está suplicando su dosis de
viejas emociones, las mismas que sueles sentir cuando vas por la vida con los
ojos abiertos.
En el momento en que te das cuenta de lo que se despliega en tu mente —
de que estás prestando atención a esas emociones— adquieres consciencia de
que estás invirtiendo la energía en el pasado (porque las emociones son
vestigios de otro tiempo), así que puedes parar el proceso, volver al momento
presente y retirar la atención y la energía del pasado. Pero luego, al cabo de un
rato, empiezas a sentirte frustrado, enfadado y resentido otra vez, y de nuevo
te das cuenta de lo que está sucediendo. Entonces te recuerdas que tu cuerpo
quiere sentir esas emociones para reafirmar su adicción a ciertos compuestos
químicos y te dices que dichas emociones generan en tu cerebro ondas beta
de alta frecuencia; y te detienes. Y cada vez que interrumpes la explosión
emocional, te relajas y regresas al momento presente, le estás diciendo a tu
cuerpo que él ya no es la mente; ahora la mente eres tú.
Pero entonces la mente empieza a divagar pensando en las reuniones que te
aguardan ese día y en los recados que tienes que hacer y en las tareas
pendientes. Te preguntas si tu jefa ya habrá respondido al email y te acuerdas
de que todavía no le has devuelto la llamada a tu hermana. Y hoy pasa el
camión de la basura, así que tendrás que acordarte de sacarla. Y de repente
eres consciente de que te estás anticipando al mañana, de que estás
invirtiendo tu atención y tu energía en la misma realidad de siempre. Así que
te detienes, vuelves al momento presente y, una vez más, retiras la energía de
ese futuro conocido y previsible para ceder espacio al imprevisto en tu vida.
Echa un vistazo a la figura 2.8. Muestra que, cuando accedes al delicado
punto del momento presente generoso, tu energía (representada por flechas)
ya no se desvía al pasado y al futuro como hacía en la figura 2.3. Ahora has
retirado la energía del pasado conocido y del futuro previsible. Ya no activas y
conectas los mismos circuitos del mismo modo, y tampoco regulas ni envías
señales a los mismos genes a través de las emociones de siempre. Si repites
muchas veces este proceso, empiezas a recuperar la energía porque rompes
los vínculos energéticos que te unen a tu realidad pasada-presente. Sucede así
porque retiras la atención y la energía del mundo exterior para depositarla en
el mundo interior. Ahora dispones de la energía que necesitas para crear algo
nuevo.
Lo más normal sería que tu atención se despistara otra vez. Según
permaneces sentado en postura de meditación, tu cuerpo se enfada y se
impacienta porque quiere ponerse en movimiento. Al fin y al cabo, lo has
programado para llevar a cabo la misma rutina cada día en cuanto se levanta.
Quiere dejar de meditar, abrir los ojos y ver a alguien. Quiere escuchar las
noticias de la tele o charlar con alguien por teléfono. Prefiere desayunar a
seguir allí sentado sin hacer nada. Le gustaría oler el café saliendo de la
cafetera, como cada mañana. Y le encantaría sumirse en las sensaciones de
una ducha caliente antes de empezar el día.
Según retiras la atención de tu realidad pasada-presente o de tu realidad futura previsible, recuperas la
energía y fabricas tu propio campo electromagnético. Ahora dispones de energía suficiente para
regenerar el cuerpo o para crear nuevas experiencias en tu vida.
El cuerpo desea experimentar la realidad física con los sentidos para tener
acceso a alguna emoción, pero tu objetivo es crear una realidad en un mundo
situado más allá de los sentidos, que no venga definido por el cuerpo y la
mente sino por ti en cuanto que mente. Así pues, cada vez que cobres
consciencia del programa, tendrás que devolver el cuerpo al momento
presente. Él, por su parte, intentará retornar al pasado de siempre porque
desea enzarzarse en un futuro predecible, pero tú lo traerás de vuelta. Cada
vez que superas esos hábitos automáticos, tu voluntad vence al programa.
Cada vez que vuelves al momento presente, igual que cuando enseñas a un
perro a sentarse, estás creando en tu cuerpo las condiciones para una nueva
mente. Cada vez que adquieres consciencia de tu programa y te abres paso
hasta el ahora, estás declarando que tu voluntad es más poderosa que tu
programa. Y si sigues devolviendo la atención (y, en consecuencia, la energía)
al instante, si consigues ser consciente de cuándo estás presente y cuándo no,
antes o después tu cuerpo tirará la toalla. Es el proceso de retornar al
momento presente cada vez que empiezas a divagar lo que acaba por romper
los vínculos energéticos que te unen a la realidad conocida. Y cuando regresas
al ahora, lo que estás haciendo en realidad es trascender la identidad que te
acompaña en este mundo físico y desplegarte en el campo cuántico (un
concepto que explicaré con detalle en el siguiente capítulo).
La etapa más difícil de cualquier guerra es la última batalla. Eso significa
que cuando tu cuerpo y tu mente estén rabiando, cuando te hagan creer que
no puedes más y te pidan que renuncies y regreses al mundo de los sentidos,
debes perseverar. Aférrate con decisión a lo desconocido… y antes o después
empezarás a romper esa adicción emocional que te posee. Cuando dejas atrás
el sentimiento de culpa, el sufrimiento, el miedo, la frustración, el
resentimiento y la falta de amor propio, liberas tu cuerpo de las cadenas de los
hábitos y las emociones que te anclaban al pasado; y, al hacerlo, desatas la
energía para poder reclamarla. Cuando el cuerpo libera toda esa energía
emocional que acumula, ya no actúa como si fuera la mente. Entonces
descubres que justo al otro lado del miedo hay valor, que al otro lado de la
falta hay plenitud y al otro lado de la duda hay conocimiento. Cuando accedes
a lo desconocido y renuncias a la ira y al miedo, descubres amor y compasión.
Es la misma energía, sólo que antes estaba atascada en el cuerpo y ahora está
disponible para ti, que podrás usarla en diseñar un nuevo destino.
Así que cuando aprendes a trascenderte a ti mismo —o al recuerdo de ti
mismo y de tu vida— rompes los vínculos que te atan a todas esas cosas,
personas, lugares y momentos que te mantienen conectado con tu realidad
pasada-presente. Y cuando por fin superas el miedo o la frustración y liberas
la energía que estaba atrapada en el pasado, la atraes hacia ti. Y, según liberas
esa enorme cantidad de energía creativa que permanecía anclada a las
emociones de supervivencia —dentro de ti y a tu alrededor—, construyes un
campo personal de energía en torno a tu cuerpo.
En nuestros talleres avanzados hemos registrado el efecto de recuperar la
propia energía. Nuestros expertos emplean un aparato muy sensible llamado
«máquina de visualización por descarga de gas» (GDV, del inglés gas
discharge visualization). Esta máquina, que cuenta con un sensor especial
denominado «antena Sputnik», desarrollado por el doctor Konstantin
Korotkov, mide el campo electromagnético ambiental en las salas de
conferencias con el fin de registrar los cambios de energía según avanza el
taller. En el transcurso del primer día de nuestros talleres avanzados
apreciamos en ocasiones una caída de los niveles de energía. Sucede porque,
cuando empezamos a meditar y los alumnos rompen los vínculos energéticos
con las personas y las circunstancias de su realidad cotidiana, absorben la
energía. La extraen de un campo mayor para poder dedicarla a su propio
destino, así que la energía general de la sala tiende a disminuir según los
participantes empiezan a construir su campo individual en torno al cuerpo.
Por otro lado, a medida que los miembros del grupo se trascienden a sí
mismos a lo largo de ese primer día, generan por fin su propio campo de luz
y, según su energía se expande con cada sesión, contribuyen a aumentar los
niveles energéticos de la sala. A resultas de ello observamos por fin cómo
aumenta la energía global. Para ver cómo se manifiesta este fenómeno, busca
los gráficos 1A y 1B en el encarte en color.
Un modo de incrementar tus posibilidades de tener éxito en la meditación
sería concederte tanto tiempo como para no sentir apremio en el transcurso
de la experiencia. Cuando yo medito, por ejemplo, me concedo un par de
horas. No siempre las consumo, pero me conozco lo bastante bien como para
ser consciente de que, si dispusiese de una hora nada más, me pasaría el rato
pensando que ese tiempo no va a ser suficiente. Si, en cambio, tengo dos
horas por delante, puedo relajarme, con la tranquilidad de saber que dispongo
de tiempo de sobra para acceder al momento presente. Algunos días
encuentro la zona cero con rapidez, mientras que otros tengo que trabajar
una hora entera hasta llevar mi cerebro y mi cuerpo al ahora.
Soy una persona muy ocupada. En ocasiones, cuando acabo de llegar a casa
para disfrutar de tres días entre talleres y eventos, me despierto por la mañana
y al momento empiezo a planear los temas que voy a tratar en las tres
reuniones que me esperan ese día con distintos miembros del equipo. Luego
me pongo a pensar en los emails que debería dejar escritos antes de acudir a
esas reuniones. Y también tomo nota mental de las llamadas que tendré que
hacer de camino al aeropuerto. Ya sabes a qué me refiero.
Cuando me encuentro en esta situación, pensando en las personas que voy
a ver, en los lugares a los que debo acudir, en la rutina que me aguarda y, en
suma, en mi realidad conocida, caigo en la cuenta de que estoy induciendo a
mi cerebro y a mi cuerpo a creer que ese futuro ya ha sucedido. En el
momento en que cobro consciencia de que me estoy fijando en un mañana
predecible, dejo de anticiparme a los acontecimientos y me obligo a volver al
momento presente con el fin de desencadenar y desprogramar esas redes
neuronales. Tal vez me asalte alguna emoción, me impaciente o me frustre
una pizca al pensar en algo que me pasó el día anterior. Y como las emociones
son vestigios del pasado y mi energía acude allí donde deposito mi atención,
me doy cuenta de que estoy invirtiendo mi energía en el pasado. Es posible
también que las hormonas del estrés sobreexciten mi cerebro y que mi cuerpo
entre en un estado beta de alta frecuencia. En esos casos intento relajarme
para regresar al momento presente otra vez. Y cuando lo hago ya no estoy
activando y conectando los mismos circuitos cerebrales de siempre, sino
rescatando mi energía del pasado para volver a disponer de ella.
Y si soy consciente de que estoy generando los mismos pensamientos
conocidos, ligados a sentimientos antiguos, en el instante en que me separo
de esos sentimientos dejo de condicionar a mi cuerpo para que viva en el
pasado y de enviar señales a los mismos genes. En consecuencia, como las
emociones son restos de experiencias en cierto entorno, y como es el entorno
el que organiza la conducta de los genes, en el momento en que dejo de
experimentar esas viejas emociones estoy activando y enviando señales a
otros genes de manera distinta. Y eso no sólo afecta a la salud de mi
organismo, sino que prepara mi cuerpo para un futuro distinto, que ya no
imita el pasado. Así pues, al inhibir los sentimientos de siempre, cambio el
programa genético de mi cuerpo. Y como las hormonas del estrés, con el
tiempo, regulan a la baja la expresión de los genes saludables y provocan
enfermedades, cada vez que me animo a mí mismo a abandonar las
emociones que me provocan estrés, impido que mi organismo renueve su
adicción a las emociones estresantes.
Si lo hago correctamente —superar los antiguos pensamientos y emociones
de mi pasado y futuro—, entonces el mañana previsible (así como el pasado
conocido que empleaba para afianzarlo) deja de existir en todos los planos:
energético, neurológico, biológico, químico, hormonal y genético. Ya no estoy
activando las mismas redes neuronales ni las conecto de nuevo (porque he
dejado de albergar recuerdos de personas y cosas en unas circunstancias
determinadas), sino que regreso al momento presente, rescatando mi energía
al hacerlo. Echa un vistazo a la figura 2.9 y verás cómo el pasado conocido y el
futuro previsible han dejado de existir.
Me encuentro en la zona cero del presente generoso y dispongo de energía
para crear algo nuevo. He generado mi propio campo de energía alrededor de
mi cuerpo. Cada vez que dedico tiempo —en ocasiones horas enteras— a salir
de mí mismo para ir en busca de esa región que conocemos como el eterno
ahora, y consigo acceder a ella, pienso lo mismo: Ha valido la pena.
Cuando te encuentras en la zona cero del momento presente generoso, tu pasado conocido y tu futuro
previsible dejan de existir. Entonces puedes crear posibilidades inéditas en tu vida.
4. También conocido como la Regla de Hebb o Ley de Hebb; ver D. O. Hebb, The Organization of
Behavior: a Neuropsychological Theory, Nueva York, John Wiley & Sons, 1949. [Edición en
castellano: Organización de la conducta, Barcelona, Debate, 1985.]
5. L. Song, G. Schwartz y L. Russek, «Heart-Focused Attention and Heart-Brain Synchronization:
Energetic and Physiological Mechanisms», Alternative Therapies in Health and Medicine, vol. 4,
n.º 5, págs. 44-52, 54-60, 62, 1998; D. L. Childre, H. Martin y D. Beech, The HeartMath Solution:
The Institute of HeartMath’s Revolutionary Program for Engaging the Power of the Heart’s
Intelligence, San Francisco, HarperSanFrancisco, 1999, pág. 33.
6. A. Pascual-Leone, D. Nguyet, L. G. Cohen et al., «Modulation of Muscle Responses Evoked by
Transcranial Magnetic Stimulation During the Acquisition of New Fine Motor Skills», Journal of
Neurophysiology, vol. 74, n.º 3, págs. 1037-1045, 1995.
7. P. Cohen, «Mental Gymnastics Increase Bicep Strenght», New Scientist, vol. 172, n.º 2318, pág.
17, 2001, http://www.newscientist.com/article/dn1591-mental-gymnastics-increase-bicep-
strenght.html#.Ui03PLzk_Vk.
8. W. X. Yao, V. K. Ranganathan, D. Allexandre et al., «Kinesthetic Imagery Training of Forceful
Muscle Contractions Increases Brain Signal and Muscle Strength», Frontiers in Human
Neuroscience, vol. 7, pág. 561, 2013.
9. B. C. Clark, N. Mahato, M. Nakazawa et al., «The Power of the Mind: The Cortex as a Critical
Determinant of Muscle Strenght/Weakness» Journal of Neurophysiology, vol. 112, n.º 12, págs.
3219-3226, 2014.
10. D. Church, A. Yang, J. Fannin et al., «The Biological Dimensions of Transcendent States: A
Randomized Controlled Trial», presentado en el Congreso Francés de Energía Psicológica, Lyon,
Francia, 18 de marzo de 2017.